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Cuestiones que traté de responder a alguien que preguntaba...

Conversación

¿EN QUÉ CONSISTE EL ACOMPAÑAMIENTO FILOSÓFICO?

¿Cuántas veces dos personas se reúnen en torno a la verdad, con una intención y mirada limpia y radical sobre un asunto de la vida? No es frecuente, ¿verdad? Cuando nos reunimos solemos parlotear, buscamos confirmar lo que creemos, criticar, afianzar nuestra autoimagen, huir de los asuntos esenciales o des-ahogarnos. Habría que preguntar inmediatamente ¿por qué estamos ahogados? 

 

Pues ese parloteo habitual no es verdadero diálogo. 

 

Un proceso de acompañamiento filosófico abre justamente un espacio -poco habitual en este mundo- en que dos personas, el filósofo y el consultante se reúnen y detienen para mirar, cuestionar y comprender con radicalidad filosófica y existencial el modo de vivir, de estar en el mundo. Sin jerarquía, sin un experto del que coger ideas prestadas o aparentemente correctas. Y le puedo asegurar que es emocionante y hermoso. De hecho, eso es la verdera amistad.

La Filosofía es mi ocupación e interés esencial desde hace más de quince años; creo que pocas cosas me han dado tanta alegría honda y nutritiva. Además, creo que sin ella no habría sobrevivido a ciertos momentos de oscuridad. Inicialmente -tras unos años dedicados al periodismo- me adentré en la Filosofía desde la formación ortodoxa universitaria, pero me costaba abrazar ideas que no fueran profundamente sentidas y ecarnadas. Especular puede ser muy divertido pero hace falta tocar tierra, piel, sangre, vida, mundo. Con frecuencia la filosofía académica es brillante y sugerente pero ha perdido el pálpito de la experiencia viva, del vivir cotidiano.

El Acompañamiento Filosófico Sapiencial llegó a mi vida hace cuatro años de una manera casual y casi cómica: aquello de estar en una librería buscando no sé qué autor y con la vida un poco apagada. Entonces un libro prácticamente se te echa encima y te abre un mundo que reconoces como propio: un flechazo. Y, desde entonces, me dedico a ello. Digamos que no puedo no hacerlo. De algún modo trato de devolver algo que no es mío, que es inapropiable y que además ¡no se gasta con el uso! 

¿CUÁNTO TIEMPO LLEVAS DEDICÁNDOTE A ELLO?

¿QUÉ TE LLEVÓ A CREAR CONOCE-TE?

Tuve la inmensa suerte de descubrir que había compañeros filósofos que habían dado el paso sabio y valiente de recordar que la Filosofía es el saber humano más radical y genuino. Que se dedicaban a devolver a la Filosofía el lugar que le es propio (más allá del academicismo): su verdadera dimensión de arte para la vida tal como se concebía en la Antigüedad. Y se volvió real esa intuición de que cuando nuestras lecturas y especulaciones tenían eco y sabor de la experiencia en la vida cotidiana algo inmenso surgía y la teoría no podía ser más que vivida. Desde ahí se palpa que teoría y práctica no son opuestos sino caras de una misma actividad humana y sagrada. Ahí supe que había verdad y belleza.

 

Tuve la fortuna de conocer a Mónica Cavallé, pionera en el Asesoramiento Filosófico en España y creadora de la Escuela de Filosofía Sapiencial. Me formé durante tres años con ella y otros compañeros filósofos que ahora formamos la Asociación Synesis. Fue una importante experiencia personal. Cuando puse a prueba en mí misma el proceso de autoindagación, de saber de sí, de cuidar de sí, pude comprobar lo que ya intuía: la Filosofia es inmensamente transformadora y conmovedora. "Conócete" es justamente esa eterna invitación de todas las sabidurías radicales, sapienciales, a saber de sí mismo de modo que nuestra mirada sobre la vida recibe un baño de luz, de autenticidad, como después de que llueve: todo aparece más genuino y luminoso, incuso el dolor. Y es una luz que no es externa sino nuestra propia luz. Y para ello hace falta conocer y enfrentar nuestras ideas limitadas y erróneas, nuestra ignorancia: abrazarla. ¿Sabe lo que significa espabilar? No es una amonestación como el que da una colleja: es cuidar y limpiar el pabilo (la mecha) de la lámpara para que ilumine mejor. Es iluminar, dar claridad ¡con la propia luz!

Cuando algo te hace bien, inevitablemente sientes el natural deseo de compartirlo, de ofrecerlo. Y, mis compañeros y yo, no proponemos nada nuevo: hacemos algo que ya hacía Sócrates cuatro siglos antes de nuestra era. Hoy resulta insólito porque normalmente sabemos mucho más de nuestro smartphone que de nosotros mismos. 

 

Y esto del viaje interior, hacia uno mismo, esta vuelta a casa y de algún modo a la infancia de manera consciente, no es caer en un solipsismo ni mirarse al ombligo, todo lo contrario: desde el conocimiento de sí se abre inmediatamente una mirada despierta, afinada y crítica sobre el mundo. También una mirada mucho más comprensiva sobre los demás. Y, por supuesto, se puede ver con mucha más radicalidad que nuestro mundo está vertebrado con criterios que no ponen la vida en el centro. Desde ahí comprendemos por qué hoy una persona difícilmente se atreve a salir a la calle si ha olvidado el móvil y la cartera. Y eso ni es buena vida ni bien estar, por mucho que nos lo vendan. Desde ahí también se diluye el falso dilema entre el individuo y la comunidad. Diría con Oscar Wilde que sólo la genuina individuación es la que se abre de verdad al mundo. El problema es que confundimos nuestra individualidad con la construcción de egos y el cuidado de sí con el narcisismo de "porque yo lo valgo" y desde ahí tengo que valer más que el otro, el otro es un competidor, un potencial enemigo. Son lógicas desgraciadamente frecuentes en nuestro mundo: muy ciegas y, por ende, violentas.

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¿DÓNDE ESTÁ TU CONSULTA?

Está en todas partes donde alguien intuya que mirar y mirarse con radicalidad y bajo la luz de la Filosofía le puede hacer bien. Fundamentalmente resido entre Madrid y Asturias, y ofrezco consulta presencial pero, hasta ahora, casi todos los consultantes optan por el formato online. Fui bastante escéptica respecto a este proceder, hasta que comprobé en mí misma que la fecundidad de los encuentros no se perdía. Cuando dos personas se reúnen en torno a la verdad desinteresada y desnuda siempre ocurre algo valioso. Y no hay ser humano que no se detenga, se alegre y se rinda ante ello. Ni el más cínico, lo reconozca o no. Tenemos todos un precioso detector de lo que nos hace bien radical y no superficialmente. Todos tenemos una brújula que es una tendencia (conatus) que vela incansablemente por que seamos lo que somos. Como la flor está llamada a ser flor, a florecer -si no se le estorba-.

Me atrevería a decir que no hay nadie a quien la verdad no le haga bien. Y no una verdad externa o dogmática, sino la que surge de observar con cuidado y transparencia. Esa actitud radical hace un bien inconmensurable. De hecho, pocos regalos más hermosos podemos hacernos: volver la mirada hacia dentro, atreverse a saber (sapere aude), a un saber que no es erudición sino la belleza de lo simple, auténtico y radical.

En general, los consultantes son personas muy variadas y que se acercan al proceso con algo común: por muy confusos que estén comparten un muy humano anhelo de comprender. Y, con frecuencia, algo que llamaría "un malestar inespecífico": ese extraño descentramiento, que Thoreau llamaba "tranquila desesperación" que lleva a buscar permanentemente prótesis de sentido (consumir, tener éxito, encontrar una pareja que llene un vacío, generar identidades y personalidades falsas o infladas de nada...) y, desde luego, a estar irritables, frustrados, ansiosos, nerviosos, hiperacelerados. En ese sentido el malestar es una bendición: no hago un canto al sufrimiento ni mucho menos, pero es el precioso indicador (como la fiebre) de que la persona no está anestesiada o dormida del todo. Que algo en ella no está completamente entumecido. Un fascinante síntoma de salud interior. Y de ahí arranca un precioso proceso. También es muy frecuente que situaciones existenciales complejas (pérdidas, encrucijadas vitales) sean el motor o la llamada de atención para detenerse y no querer erradicar superficialmente o poner parches sobre el sufrimiento sino conocerlo e iluminarlo filosóficamente. También hay quien acude con la inquietud de querer indagar qué es la amistad, el amor, el sentido...preguntas eternas.

¿QUÉ PERSONAS PUEDEN NECESITAR ACOMPAÑAMIENTO FILOSÓFICO?

¿Qué diferencias hay con una terapia psicológica?

Es muy importante recordar que nuestro enfoque no es clínico. Estamos formados e interesados en ofrecer un enfoque filosófico, no una psicoterapia. Dicho esto, ¿cuántos tipos de psicoterapia conoce? Hay muchos: conductismo, cognitivismo, psicoanálisis, terapias con enfoques humanistas, transpersonales... Resonamos más con unos que con otros y, en general, los filósofos sabemos de estos enfoques y dialogamos con ellos pero nuestra razón de ser es ahondar en la filosofía que opera en la vida de la persona para cuestionarla filosóficamente. La pregunta clave de un filósofo es el por qué. La Filosofía no diagnostica, ni clasifica ni trata de silenciar o puentear el sufrimiento: busca explicar y comprender. La belleza es la paradoja que surge: cuando se mira desinteresadamente, cuando se comprende, se habita y se cuestiona, el sufrimiento evitable desaparece. 

Y, por cierto, la Psicología, como disciplina,  se desgaja de la Filosofía hace no tanto (en los '60 aún era una asignatura de la carrera de Filosofía) y, desde luego, no podemos olvidar que es el "saber sobre el alma" (psykhé): todos los grandes filósofos han sido perspicaces conocedores de la naturaleza humana y sus asuntos.  Como lo son los buenos artistas, los buenos literatos. Es importante no olvidar los orígenes. Afortunadamente también hay psicólogos que, sabiamente, recuerdan la historia de su disciplina y se enriquecen con la Filosofía. Eso es una alegría. 

Por otro lado, también hay varios enfoques de Asesoramiento Filosófico. En mi caso abrazo el enfoque Sapiencial de Cavallé que no se limita a la corrección formal o lógica del razonamiento sino que apela siempre a la experiencia sentida de la persona. Ahí es donde vamos a indagar: en la verdad o falsedad de su construcción filosófica. Todos somos filósofos en ese sentido. Hace unos años comencé también a interesarme por la Filosofía Oriental (especialmente india) y experimentar que del diálogo crítico entre tradiciones sabias surge mucha y muy sustanciosa luz. 

  

Diría que lo más propio de nuestro enfoque (además de no ser jerárquico y confiar en que la persona ya tiene todo lo necesario) es que siempre acaba llegando un momento de la radical pregunta: ¿quién soy? ¿quién soy cuando me paro? ¿Quién soy si suelto determinadas ideas prefabricadas? ¡Y nadie se desvanece o desaparece!, todo lo contrario: despiertan, renacen. Hay un antes y un después.

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Muy resumidamente destacaría la mayéutica, el método socrático, que más que un método o una técnica es el arte de las parteras, de ayudar en el parto. Y al parto acompañamos mediante la pregunta. El método socrático no es otra cosa que el arte de la pregunta. Parte de algo muy hermoso y es que el consultante es quien más sabe de sí -sea consciente o no-. El parto es dar a luz. Y la luz filosófica tiene que ver con actitudes esenciales: el detenimiento, la atención desinteresada y la pregunta, el diálogo. Sócrates decía que al hombre cuando se le pregunta bien, responde con la verdad. Y la verdad no es nada extraño ni ajeno, ni externamente impuesto por ningún sabio: es lo que verdaderamente somos cuando caen los discursos prestados, los mandatos de segunda mano, las creencias y valores que hemos tragado sin cuestionarlos. Y ahí vamos, tantas veces indigestados y ansiosos. Cuando se pone luz sobre eso -puede dar vértigo al principio- pero ocurre algo simple y asombroso en nuestro interior, emerge algo muy vivo. Por supuesto en el proceso se utilizan  métodos filosóficos vinculados al correcto razonar, se procede al examen de valores y visiones del mundo, a la clarificación de conceptos, a veces a la sugerencia de ideas filosóficas de distintas tradiciones que ayudan a traer luz, así como una mirada fenomenológica, enraizada en la experiencia directa.

Además del diálogo existen ejercicios orientados filosóficamente, recursos que facilitan el proceso, pero este siempre es un acto libre y creativo. Con frecuencia invito a la escritura entre sesiones -a veces al dibujo- como herramientas que estimulan y enriquecen el proceso y la conexión con la filosofía sentida, depende de cada persona: el proceso es algo vivo. 

¿Qué métodos filosóficos se utilizan en las sesiones?

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¿En qué consisten exactamente las sesiones?

Un proceso de acompañamiento es el de sacar a la luz la filosofía que opera en cada persona. Y ésta no es la teoría o lo que dice mentalmente sino la que realmente está condicionando y vertebrando su vida. No nos dedicamos a elucubrar sobre filósofos o citas de autores sino sobre la vida real de la persona. Enseguida aparecen juicios, discursos que acatamos ciegamente y que, sin saberlo, nos están trayendo malestar, limitación, enajenación. Porque, a veces, vivimos sin saberlo en construcciones que acaban siendo verdaderos delirios, en una hipnosis increíble, pero estamos tan acostumbrados que le llamamos "normalidad". Por eso, cuando nos detenemos, miramos y hacemos las preguntas adecuadas, ocurren asombros y "milagros". Emerge lo que es más propio de la persona que, con frecuencia, se sorprende de la gran mochila filosófica con la que viaja sin ser consciente. Esto ya es un paso magnífico: el encuentro con lo que no somos. Pero eso sólo ocurre porque ya aflora la verdad. ¿No tiene usted la experiencia de que cuando ve algo, lo siente con todos sus poros y no de segunda mano le produce una especial alegría, un contentamiento interior especialmente sabroso? Eso es la luz de la Filosofía que no es otra cosa que nuestra propia luz, el despertar de lo que los antiguos filósofos llamaban "principio rector". Y con ese venimos de serie solo que lo vamos olvidando e ignorando. Ignoramos lo que realmente somos, disfrazados de mil cosas. El momento en que ciertos disfraces no son necesarios es como quitarse un pesado traje que encima no es de nuestra talla. Es muy especial.

Simplificando mucho, el filósofo hace dos cosas: de espejo limpio y de artesano de la pregunta. Es la manera de acompañar. Con el desarrollo del proceso de indagación la persona adquiere naturalidad y el saber de sí se vuelve orgánico e integrado. Acaba, por supuesto, no necesitando al filósofo. Es lo deseable: lograr una mayoría de edad, autonomía y alegría profunda.   

Un espacio que no busca "producir" ni rentabilizar ni instrumentalizar ya es algo, en mi opinión, muy valioso. Ser consciente de que no todo ha de hacerse buscando una utilidad inmediata/productivista, que hay vida fuera de la lógica de pérdidas y ganancias ya es una gran noticia que debería abrir los telediarios (aunque no cuento con ello). Y, curiosamente, en la consulta filosófica, cuando nos detenemos a mirar y comprender sin más, se acaba despertando en el consultante la capacidad de ser verdadero dueño de su vida. Sin buscar soluciones inmediatas o apaños urgentes, curiosamente hay muchas dimensiones del malestar que suavemente desaparecen. Los consultantes se encuentran a ellos mismos viviendo desde un centro estable, libre, confiable, incondicional, alegre, porque lo que viven es suyo, suyo de verdad. El filósofo no les enseña, sino que les ayuda a ver con sus propios ojos, con todo su ser. Desde ahí los egos pierden fuelle y se expresa una dimensión que, sin esfuerzo, sin voluntarismo, muy suavemente, cambia la vida y somos, de verdad, nosotros mismos. Cae de bruces esa justificación ceniza, triste y desconfiada que reza: "la gente no cambia", "es que yo soy así". Es radicalmente falso. "Llega a ser el que eres", decía el poeta Píndaro: es nuestra tarea.

¿Cuáles son los principales beneficios del acompañamiento filosófico?

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¿ALGUNA CURIOSIDAD O ANÉCDOTA QUE PUEDAS COMPARTIR?

Es muy interesante que casi siempre las personas temen -tememos- cuestionar sus estructuras vitales, sus arraigadas creencias, su "filosofía de vida", las cuadernas que creen que vertebran su barco, porque creen que se van a quedar paralizados, vacíos o desnudos  (¡fíjese que luego no hay temor a exhibir permanentemente un desnudo superficial de nuestras vidas: mire las redes: apenas nadie se come un sándwich sin fotografiarlo y exhibirlo). Pues ese temor a "perder su yo" -su falso yo- es muy frecuente. Clarice Lispector, una autora genial, cuenta esto: ¡tengo miedo de perder mi tercera pierna! La llevo desde hace siglos y siento como si no fuera a poder andar solo con dos piernas: es esa sensación de extrañeza y miedo cuando hemos vivido mucho tiempo creyendo necesitar una prótesis: basta comprender por qué creíamos necesitarla para lanzarse a andar con dos piernas y ver que caminamos mucho mejor, porque es nuestra naturaleza. Pero vivimos hipnotizados creyendo que requerimos "terceras piernas" que, encima, son falsas.

 

También hay un momento fascinante y precioso en los procesos cuando la persona de pronto ve con claridad. Hace poco a una consultante se le iluminó la cara: "¡es que yo no soy lo que pensaba que era. Llevo cuarenta años creyendo que soy algo que no es verdad!" Primero sintió vértigo: "¿y ahora qué pasa? ¿quién soy?" Pero inmediatamente notó que lo más real y genuino de ella era un sustento mucho más potente e incondicional que ninguno de los disfraces de éxito, productivismo, necesidad de aprobación... que creía ser. No paraba de hablar de una forma muy auténtica: "¡Estaban tan pegados a mí que no los veía. Nunca hubiera imaginado que creía ser cosas falsas!". Nunca olvidaré su alegría. Y compartirla y propiciarla es de las cosas más hermosas que uno puede vivir. Esa es la filosofía a la que me apunto, la que es profundamente trasformadora y liberadora, como dice Nietzsche, la que no asiente a ningún pensamiento en el que no celebre una fiesta todo el cuerpo, incluso los músculos, cada fibra de nuestro ser.    

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